BARDO DE LA TAURINA
Desde aquellos
lejanísimos años de 1954-55 es que al Bardo
como que se le empiezan a cimentar recuerdos de ese México, donde a los señores se les veía con unas simpáticas
corbatas de Moñito, que se habían puesto de moda porque el entonces
Presidente de la República, el veracruzano que también tenía la cola larga,
porque todos la tienen desde endenantes de llegar al puesto, Don Adolfo Ruiz
Cortines acostumbraba su uso, accesorio del que no se desprendía pa’ ir a jugar
dominó allá por el rumbo de las Vizcaínas y Meabe, donde el legendario monosabio Simón Cárdenas tenía
su taller y venta de camas y escupideras
de latón, ahí también estaba el taller de “Chencha” que les alquilaba ternos y
avíos a los toreros y como olvidar las
vitrinas que eran enormes donde una meretrices exhibían sus carnes e
invitaban a la lujuria al estilo de las güilas de Ámsterdam.
Nombres familiares
de aquél entonces era el de un bien visto Secretario del Trabajo Don Adolfo
López Mateos, con el que a su vera sonaba el nombre de un lechero que había escalado hasta líder nacional de la CTM Fidel Velázquez, por aquellos días la priísta
Margarita García Flores pujaba por que se le otorgara el voto a la mujer y
por ello decía el abuelo, que las féminas andaban muy alzaditas, mientras que Pedrito Infante seguía cantándoles su “Amorcito
Corazón” lo que hizo hasta 1957, el chofer de la casa a escondidas leía un libro que acababa de ver la luz en los
cincuentas “Picardía Mexicana”, lectura que
alternaba con ‘La Familia Burrón’
¡Cuanta Cultura! (Y ahora nos alarmamos porque a el arte lo ordeñen en
los dineros y a los libros de texto gratuito los distorsionen).
Desde de la casa familiar
en la manzana de Insurgentes y San Antonio, se veía muy cerquita un enorme barquillo de cemento conocido como La
Plaza México, donde en esos domingos los carteles monumentales anunciaban a
toreros como “El Calesero”, Rafael Rodríguez, Fermín Rivera, Luis Procuna, Juan Silveti, Jesús Córdoba, Manuel Capetillo, “El Ranchero”, Joselito Huerta, Alfredo Leal, “El
Callao”, Amado Ramírez, César Girón, “Jumillano”, Luis Miguel Dominguín,
Antonio Ordoñez, entre otros. En aquellos años de los cincuenta, los granujas
de la colonia Nápoles después de las cuatro de la tarde, nos encontrábamos
afuera de la iglesia de San Antonio, en la calle de Pennsylvania casi a la Nevería
Chandoni y de ahí en bola toreando
trolebuses a llegar al quinto o sexto toro, que era cuando abrían la puerta
y a
ver el final de la corrida gratis.
En la casota
familiar lo primero que resaltaba era el bar, que el domingo rebosaba de escándalo,
luego me enteraría que a aquello le llamaban ‘Tertulia’ y la cual se encendía
cuando el padre regresaba de los toros con una cuadrilla más robusta que la que había partido plaza,
como los taurinos ya llegaban flameados,
la euforia ascendía de a rapidito haciendo
que rompieran los aplausos cuando llegaba uno
o varios de los toreros actuantes de cualquier rango, aplausos que en decibeles solo eran superados en
ocasión de que el chofer aparecía con un bote de tamales previamente amasados
en la ‘Flor de Liz’, atole rosa de fresa campechaneado
con whisky, que se saboreaban con los ejemplares calientitos de ‘El Redondel’, ese que nacía en el palco # 44 de la Plaza México desde
donde Don Alfonso de Icaza “Ojo” dictaba
la crónica del festejo.
Las pláticas eran
verdaderas academias sobre todo cuando brotaban de figurones de plata como los “Conejos” que por castoreños tenían coronas
y de los paladines de plata Rafael Osorno y “Tabaquito”, quienes dictaban
verdaderas cátedras igual que como lo habían hecho en el ruedo, el asunto pa’
uno era el silencio, aprender callando,
años más tarde en ese mismo salón
escuche a Don Carlos León decir -Lo
primero que se requiere para hacer crítica o escribir crónica es tener quien te
la provoque- y agregaba -si no es así,
las que tienen que lidiar y hacer la faena son las neuronas de quienes escriben-
y algo que no debo dejar de soslayar es
que en esa reuniones nunca se escuchaban palabras o temas como que había que
defender a la Fiesta ¿sería porque a ella todavía no llegaba la BOA?
De aquellos ayeres
cuando la Plaza México olía a recién inaugurada, al presente desconcertante e
incierto en el tenor de la periodicidad hoy subsisten ‘Las Charlas del
Tupinamba’ las de los días lunes y jueves que se publican siempre
con el temor de que cada una de
ellas vaya a ser la última ilusión y es
que mire usted cada día es más difícil que las circunstancias lo respeten a uno,
además, ¿por qué abrían de hacerlo?, por
ello lo que si tengo que hacer y lo hago
con mucho énfasis, es agradecer a usted ahora que aún me puede leer, su
atención por el tiempo que duren estas
columnas pues de ninguna manera quisiera irme en la palmada colectiva (en donde dice la editora de esta columna escoja
irme pa’ la luz y pues claro que así será, pues ahora lo que rifa es el semáforo;
verde amarillo, anaranjado o rojo, pero todo es luz) como alguien que ni se
despidió y menos dio las gracias, desde luego no seré yo quien haga una
apología y menos caeré en vituperio sobre mis letras, más si
seré quien las califique
como impuras y envidiosas por el hecho de
nunca haber obsequiado, ni menos cobrado
por baños de melcocha, lo que es muy distinto a reconocer o halagar algún mérito
de alguien cuando rebasa lo obligatorio como es el mandar toros bravos a la plaza,
armar carteles que valgan lo que la gente paga por un boleto, exigir cuando
menos enjundia a los actuantes y ojalá siempre cuidar que la piratería no
penetre más y hasta tratar de erradicarla de los alberos, donde el público
deberá de jugar su rol que es el respeto dentro y fuera de las plazas donde se
les debería de cerrar el camino a ese virus que lo es el de las publicaciones y
aparadores chatarras, las que en mucho persisten porque las empresas obsequian
acreditaciones con más facilidad que cubre bocas chafas en el Metro.
Vayamos pues por una
Fiesta que lo que necesita es autenticidad en el más amplio sentido del término
y que en el medio taurino nunca será suficiente con buenas intenciones, lo que
se necesita son hechos, realidades consistentes con la naturaleza de la Fiesta
misma que debe de ser brava en su bravura y brava en su carácter, dejémonos ya
de tolerancias y enorgullezcámonos si no de luchar por ella, cuando menos de no tolerar imitaciones, hoy se
habla de adecuarla a los tiempos presentes y hasta se aventuran los entusiastas
o visionarios a hablar del porvenir sin darse cuenta que ya el futuro nos alcanzó
y nos agarró tan mal parados como al “Tigre de Santa Julia”, reflexionemos, nada se va a componer en esto
con una manita de gato si previamente
no se limpia esto de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, saniticemos la
Fiesta por si sobrevive a esta pandemia y una manera de hacerlo es haciendo
algo, como que las oportunidades a ganaderos y toreros no sean por asignación
directa o plurinominal, sino por virtudes y demostraciones que previamente se
deben lograr en la legua o en el campo bravo, que es donde ahorita deberían
estar metidos los novilleros y no en el Starbucks.
¡Gratitud Bardiana!
Leído y compartido querido Bardo
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