jueves, 11 de junio de 2020

Impuras, envidiosas y mortales


 BARDO DE LA TAURINA


Desde aquellos lejanísimos años de 1954-55 es que al Bardo como que se  le empiezan a cimentar recuerdos de ese México, donde a  los señores se les veía con unas simpáticas corbatas de Moñito, que  se habían puesto de moda porque el entonces Presidente de la República, el veracruzano que también tenía la cola larga, porque todos la tienen desde endenantes de llegar al puesto, Don Adolfo Ruiz Cortines acostumbraba su uso, accesorio del que no se desprendía pa’ ir a jugar dominó allá por el rumbo de las Vizcaínas y Meabe, donde  el legendario monosabio Simón Cárdenas tenía su taller y venta de camas  y escupideras de latón, ahí también estaba el taller de “Chencha” que les alquilaba ternos y avíos a los toreros y como olvidar las vitrinas que eran enormes donde una meretrices exhibían sus carnes e invitaban a la lujuria al estilo de las güilas de Ámsterdam.

Nombres familiares de aquél entonces era el de un bien visto Secretario del Trabajo Don Adolfo López Mateos, con el que a su vera sonaba el nombre  de un lechero que  había escalado hasta líder nacional  de la CTM Fidel Velázquez,  por aquellos días  la  priísta  Margarita García Flores pujaba  por que se le otorgara el voto a la mujer y por ello decía el abuelo, que las féminas andaban muy alzaditas, mientras que Pedrito Infante seguía cantándoles su “Amorcito Corazón” lo que hizo hasta 1957,  el  chofer de la casa a escondidas  leía un libro que acababa de ver la luz en los cincuentas  “Picardía Mexicana”, lectura que alternaba con ‘La Familia Burrón’  ¡Cuanta Cultura! (Y ahora nos alarmamos porque a el arte lo ordeñen en los dineros y a los libros de texto gratuito los distorsionen).

Desde de la casa familiar en la manzana de Insurgentes y San Antonio, se veía muy cerquita un enorme barquillo de cemento conocido como La Plaza México, donde en esos domingos los carteles monumentales anunciaban a toreros como “El Calesero”, Rafael Rodríguez, Fermín Rivera, Luis Procuna,  Juan Silveti,  Jesús Córdoba, Manuel Capetillo,  “El Ranchero”, Joselito Huerta, Alfredo Leal, “El Callao”, Amado Ramírez, César Girón, “Jumillano”, Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordoñez, entre otros. En aquellos años de los cincuenta, los granujas de la colonia Nápoles después de las cuatro de la tarde, nos encontrábamos afuera de la iglesia de San Antonio, en la calle de Pennsylvania casi a la Nevería Chandoni y de ahí en bola toreando trolebuses a llegar al quinto o sexto toro, que era cuando abrían la puerta y  a ver el final de la corrida gratis.

En la casota familiar lo primero que resaltaba era el bar, que el domingo rebosaba de escándalo, luego me enteraría que a aquello le llamaban ‘Tertulia’ y la cual se encendía cuando el padre regresaba de los toros con una  cuadrilla  más robusta que la que había partido plaza, como los taurinos ya llegaban flameados, la euforia ascendía de a rapidito haciendo que  rompieran los aplausos cuando llegaba uno o varios de los toreros actuantes de cualquier rango, aplausos  que en decibeles solo eran superados en ocasión de que el chofer aparecía con un bote de tamales previamente amasados en la ‘Flor de Liz’, atole rosa de fresa campechaneado con whisky, que se saboreaban con los ejemplares  calientitos de  ‘El Redondel’, ese que nacía  en el palco # 44 de la Plaza México desde donde  Don Alfonso de Icaza “Ojo” dictaba la crónica  del festejo.

Las pláticas eran verdaderas academias sobre todo cuando brotaban de figurones de plata como  los “Conejos” que por castoreños tenían coronas y de los paladines de plata Rafael Osorno y “Tabaquito”, quienes dictaban verdaderas cátedras igual que como lo habían hecho en el ruedo, el asunto pa’ uno era el silencio, aprender  callando, años más tarde en ese  mismo salón escuche a Don Carlos León decir -Lo primero que se requiere para hacer crítica o escribir crónica es tener quien te la provoque- y agregaba -si no es así, las que tienen que lidiar y hacer la faena son las neuronas de quienes escriben- y algo que no debo dejar de soslayar  es que en esa reuniones nunca se escuchaban palabras o temas como que había que defender a la Fiesta ¿sería porque a ella todavía no llegaba la BOA?

De aquellos ayeres cuando la Plaza México olía a recién inaugurada, al presente desconcertante e incierto en el tenor de la periodicidad hoy subsisten ‘Las Charlas del Tupinamba’ las de los días lunes y jueves que se publican  siempre  con el temor de  que cada una de ellas vaya a ser la última ilusión  y es que mire usted cada día es más difícil que las circunstancias lo respeten a uno, además,  ¿por qué abrían de hacerlo?, por ello lo que si tengo que hacer  y lo hago con mucho énfasis, es agradecer a usted ahora que aún me puede leer, su atención por el tiempo que duren  estas columnas pues de ninguna manera quisiera irme en la palmada colectiva (en donde dice la editora de esta columna escoja irme pa’ la luz y pues claro que así será, pues ahora lo que rifa es el semáforo; verde amarillo, anaranjado o rojo, pero todo es luz) como alguien que ni se despidió y menos dio las gracias, desde luego no seré yo quien haga una apología y menos caeré en vituperio sobre mis letras,  más si  seré  quien las califique como  impuras y envidiosas por el hecho de  nunca haber obsequiado, ni menos cobrado por baños de melcocha, lo que es muy distinto a reconocer o halagar algún mérito de alguien cuando rebasa lo obligatorio  como es el mandar toros bravos a la plaza, armar carteles que valgan lo que la gente paga por un boleto, exigir cuando menos enjundia a los actuantes y ojalá siempre cuidar que la piratería no penetre más y hasta tratar de erradicarla de los alberos, donde el público deberá de jugar su rol que es el respeto dentro y fuera de las plazas donde se les debería de cerrar el camino a ese virus que lo es el de las publicaciones y aparadores chatarras, las que en mucho persisten porque las empresas obsequian acreditaciones con más facilidad que cubre bocas chafas en el Metro.

Vayamos pues por una Fiesta que lo que necesita es autenticidad en el más amplio sentido del término y que en el medio taurino nunca será suficiente con buenas intenciones, lo que se necesita son hechos, realidades consistentes con la naturaleza de la Fiesta misma que debe de ser brava en su bravura y brava en su carácter, dejémonos ya de tolerancias y enorgullezcámonos si no de luchar por ella,  cuando menos de no tolerar imitaciones, hoy se habla de adecuarla a los tiempos presentes y hasta se aventuran los entusiastas o visionarios a hablar del porvenir sin darse cuenta que ya el futuro nos alcanzó y nos agarró tan mal parados como al “Tigre de Santa Julia”,  reflexionemos, nada se va a componer en esto con una manita de gato si previamente no se limpia esto de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, saniticemos la Fiesta por si sobrevive a esta pandemia y una manera de hacerlo es haciendo algo, como que las oportunidades a ganaderos y toreros no sean por asignación directa o plurinominal, sino por virtudes y demostraciones que previamente se deben lograr en la legua o en el campo bravo, que es donde ahorita deberían estar metidos los novilleros y no en el Starbucks.

¡Gratitud Bardiana!

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