El toro en México
Por Bardo de la Taurina
En esas noches que se
estacionan en el anochecer, como no queriendo recibir al amanecer, dejado llevar por el papalote de
los sueños, el que surca los vientos de la fantasía, me estacione en una nube
que no era una nube pintada de azul , como aquella que pinto con fama mundial
Domenico Modugno, Nel blu dipinto di blu, y que en México la chilena Monna
Bell la colocó
en el candelero bajo la rúbrica de Azul pintado de Azul (Volare), sino que mi nube era
una auténtica regadera, tan común en estas hojas del calendario y donde entre
el galope de lo real y de lo irreal, me vino al tinaco, el que tengo lleno de confeti y por
eso luego veo, recuerdo, fantaseo, imagino y comparó, muchas veces
metafóricamente las cosas.
Así fue que hace unos añitos
me pusieron frente a mis narices una de esas iPad y empecé a ver a un jovencito,
muy jovencito que solito llenaba la pantalla, no mediaba palabra con quién
había filmado aquella poesía, al cual le volví a pedir si me podía repetir la
filmación, la cual me aventó al recuerdo de las imágenes que he visto del
sevillano Francisco Vega de los Reyes, a quien por los años 25 del siglo viejo
inmediato, primero mentaron ‘Curro Puya’ y luego ‘Gitanillo de Triana’ (Gitanos
en el ruedo autor Joaquín Albaicín, editorial Espasa Calpe), al
terminar por segunda o ¿tal vez tercera vez? de ver la filmación se veía que el
día que el chaval toreara así en una plaza de toros iba a armar un lío.
El chaval ese de la pantalla
cromática se llama José María Mendoza, el cual trae una escuela y una formación
lograda en la cantera del Maestro, sí, así con mayúsculas Alfredo Acosta, algunas de cuyas virtudes lo han sido el trasmitirle y
lograr que la academia le penetre en la cabeza al chaval, lo cual es un mérito,
pues quiere decir que el catedrático esta sobrado de capacidad y que el pupilo tiene
la capacidad de la recepción y esto en el toreo, si que cuenta y cuenta bien,
porque hay que decirlo, en la plaza mayor hemos visto por montones chamacos que
están cerrados, bloqueados, negados pa’ el aprendizaje, por el contrario José
María Mendoza, tiene con que ir pasando de grado, amén que su maestro le está
respetando su sazón, sí, así, en términos gourmet, porque este novillero es un chef en ciernes lo mismo en la repostería
que en lo taurino.
Dicho todo esto con el más
amplio sentimiento de admiración y de asombro, ¿Por qué uso esos calificativos?
pues vera usted gentil lector, cuando éste sábado en la Plaza México, la que
por cierto se atrevió a dar un gran pasó en el horario climático, salió al
ruedo un extraordinario novillo de San
Judas Tadeo, que nada tiene que ver con
los otros judas que son los Iscariotes que pululan en la fiesta, de nombre
‘Naruto’ el burel, a esta pluma muy de principio lo intranquilizó, pues se
trataba de un novillo tan extraordinario de esos que metafóricamente traen el
pico y la pala pa’ sepultar a cualquier novillero, menos al Chef Mendoza que saco el menú del Cordón Blue.
He estado leyendo que José María,
tiene mucho por caminar, que esto solo es el principio, que hay que darle
tiempo pa’ madurar, na’a, na’a, na’a ni que fuera aguacate, el novillero tenía
que estar y estuvo muy por arriba de la altura de lo que el compromiso de
debutar sin caballos exigía; maduro,
centrado, académico, sereno, artista, imaginativo, serio, sin titubear y sin dejarse aplastar por la plaza, el futuro es otra cosa, es una escalera sin
fin.
Decir también que en la
novillada sabatina se pudo ver en la capital a Carlos Medina, a quien
anunciaron como Mauricio, el que en síntesis es un chavalillo que trae en la
mochila dulces y colaciones de esas que saben a mexicanidad y que no se hacen
como los MilkyWay o pa’ decirlo taurinamente y hasta claramente, este torero
moreliano es de los muy pocos que no está hechos en troquel y por ello como a
la novia hay que seguirlo por donde vaya, porque es rete atractivo, lo mismo
con la capa que con la muleta y conforme madure se va a poner muy apetecible.
Y pa’ el domingo el doctor y catedrático
en tauromaquia Don César Pastor trajo a la plaza más grande del mundo a Roberto
Román, un torero al que le anda profesesando harta fe, sostenida en una descarga de valor nato,
en el que apoya un toreo enjundioso que conforme vaya avanzando en páginas del
calendario va ir creciendo porque dejó ver que lo suyo, va hacer algo no muy
común que es conjugar lo macizo con lo artístico, cualidades éstas que lo van
hacer lucir conforme se vaya zumbando los novillos con más cuajo.
Y decirles amigos españoles
que el saldo de los ocho toreros que se presentaron por acá, fue de una tercia
muy variadita en estilos, así como lo fue también en el ganado… y es que esto
no es, enchílame otra.
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