México y anexas…
Las Bardianas
Cuando se anunció este serial de eventos de bureles y
toreadores, como en los Martinis a buscar la aceituna que ayudara a levantarle el
sabor al elixir, si nos basásemos en la falta de asistencia a los tendidos todo
está dicho, más en el análisis y en
justicia de los toreros habría que decir que mucho de este abandono masivo que
se ha dado, es la animadversión que los
aficionados y el público tienen hacia la empresa.
En lo particular de los carteles que en otras circunstancias
no solo se hubiesen salvado, sino que hasta habrían sido bien vistos, el del
hace unas horas, era uno de esos, cuatro sostenes pa’ conformar la dosis que
todo cartel requiere toros y matadores con el aliciente del romanticismo implícito que traen las
despedidas.
A Federico Pizarro desde siempre se le ha tenido como un
bendecido con ese don que es lo primerísimo que deben de tener los toreros,
¡Parecer Toreros! Sin eso, solamente los muy excepcionales logran algo, luego
pues siendo esto un espectáculo se requiere de tener esa trasmisión entre
actuantes y receptores, el matador Pizarro siempre gozó de esa comunión porque además
contaba con la ayuda extrema de ser gente
decente lo cual pa’ todo en la vida, ayuda.
Como torero creo que ni incluso necesita ser juzgado por la
historia, porque él entre muchas virtudes de hombre bien nacido, tiene la de
nunca haberse engañado, jamás se mareo con la coba, y vaya que con el solo físico
le bastaba pa’ sentirse un adonis, lo cual sesgó y sí en cambio todos los días conjugo la faena de la
caballerosidad.
Recuerdo aquella mañana que se velaban los restos de un
gigante en todos sentidos que lo fue Don Aurelio Pérez, en el Galloso de Félix
Cuevas, llegó solo un matador de singular presencia, Federico Pizarro y del
medio también una comentarista la señora Martha Figueroa, el matador Pizarro en
un palmo de terreno, en cortito armó una faena charlada de Puerta Grande muy
centrada en la forma de vida que un torero mexicano debe desplegar pa’ sobrevivir
allende los mares, sus experiencias y peripecias en los días de vivencia en la
Sevilla cobraban antología por sí mismas y por la estructura de lo bien
charlado, ¡Si Señor!
Meses después con
gusto asistí al programa de televisión digital que tiene en co-titularidad con
el también matador Leopoldo Casasola y el conductor Carlos Flores, emisión en
la que descubrí a un Federico Pizarro culto
e interesado en la historia y en el
devenir del Centro Histórico de esta que es su ciudad, si a todo eso le sumamos
veinticinco años de andar en el toro y haberse retirado de él por decisión propia
en condiciones físicas y mentales óptimas
pa’ un hombre maduro, pues no me queda más que expresar que éste personaje se va con la frente en alto.
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