jueves, 27 de febrero de 2014


PATÉTICO TERMÓMETRO

Bardo de la Taurina:
Ya de pronto, si no es que ya como polilla de duela vieja, saltarán los escribanos que retozarán en la naftalina a la que a estas horas ya quedó reducida la ‘Temporada de las Ausencias’, adjetivo que a ley se adjudicó el serial capitalino del ‘Embudo de Concreto’ por las no comparecencias de Enrique Ponce, ‘Pepe Tomy’, José María Manzanares, Diego Ventura, en la línea de los toreadores de pincel y de cuacos, en lo que se refiere a los de burelandia pues ya ni pa’qué preguntarnos dónde quedaron los Mimiahuapan, Begoña, Piedras Negras, Atenco y, tal vez lo más patético, la pregunta ¿dónde quedó el público?, que regularmente brilló por su ausencia.
Ante eso, ayer le marqué a Páez: ¿vamos a ladrar algo a manera de resumen? Y contestó: “Maestro (en realidad respetuosa y cariñosamente me dice “pinche Burdo”), de esto poco o nada hay que largar”. Pues sí ¿verdad?, para que esforzarse en encontrar algo relevante donde lo más relevante fue que no hubo casi nada relevante, salvo recordar por ahí el mezquino homenaje que sufrió el inconmensurable figurón Paco Camino, el desencanto que la empresa le metió al público privándolo de una segunda actuación de Julián López ‘El Juli’, el bomberazo que Hermoso de Mendoza le hizo a la empresa la noche del aniversario, el curioso incidente de la espada mocha de Salvador López y la ovación estruendosa de la temporada que consiguió Joselito Adame al lanzar distante y poderosamente la montera y que cayera con los machos hacia abajo.

José Tomás...
Y bueno, sería injusto no destacar el derroche desbordado tarde a tarde por la Banda de Música de la Plaza México, dirigida magistralmente por el virtuoso Reynaldo Vázquez Martínez, con interpretaciones que, cada una de ellas, fueron una joya elevada a nivel de arte supremo, entre otras ‘La Macarenita’ y ‘En er´ mundo’. No le demos vueltas, al final esos músicos fueron los que se llevaron las dianas de la temporada.
Leonardo Páez:
Alguien me preguntó sobre la reciente temporada menos chica en la Plaza México, sede permanente, no olvidarlo ya nunca, del Cecetla o Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje, y le respondí: es como un grotesco concurso de belleza en el que las participantes, ligeras de ropa, lucen… várices y juanetes. O como el problema de la contaminación, que todos lo padecemos pero nadie es capaz de resolverlo.
La triste realidad es que una rica tradición taurina mexicana surgida junto con la raza, el idioma y la religión nuevos, no han bastado para reforzar una ideología clara y eficaz en torno a la fiesta de toros en nuestro país, y el fantasma del nuevorriquismo taurino, frívolo y distorsionador, se ciñe sobre el espectáculo más original que ha dado Occidente: la tauromaquia o arte de lidiar toros bravos, no su aproximación.
Así, la fiesta de toros, aunque en las últimas décadas se haya vuelto de toreros, sólo adquiere trascendencia como manifestación específica del pueblo, de su manera de ser, pensar y sentir, de su idiosincrasia y de su propio misterio. Por eso la postrada Sudamérica taurina ya no encuentra la salida.
En la corrida, la psicología del público tiene, más que ocasión de “divertirse”, un indicador confiable de su sensibilidad, niveles de percepción, capacidad de organización y calidad de expresión, no solamente en lo taurino sino en su vida diaria como comunidad. Por eso la fiesta sólo refleja un estado de cosas más amplio e igualmente podrido.
Ganaderos, toreros, empresarios, autoridades, crítica, médicos, veterinarios y públicos taurinos como parte de un todo que muestra la mayor o menor autoestima, profesionalización, conocimientos, imaginación, eficacia, competitividad y seguridad en sí mismos y en los habitantes de un país.
De ese tamaño son las implicaciones del espectáculo taurino, y de ese tamaño, también, los preocupantes niveles en que lo mantienen los sectores antes citados, inmersos y pasmados en una manipulada globalización. Es el resultado de esa costumbre nefasta de mentirnos a nosotros mismos, de darnos coba en nuestro propio perjuicio, de creernos más especiales de lo que en realidad somos. Otra temporada desaprovechada del Cecetla, es lo de menos.

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