Sin
Tapujos 3 de feb 14
PAQUETES ABSURDOS
Bardo
de la Taurina:
En tardes como la de La Candelaria en donde cuanto niño encuerado hay se
convierte en infante de seda y oro ¿Qué de raro tiene que dos profetas de lo
celestial se hayan mostrado en las arenas del desierto del barrio nochebuenero, ataviados de reyes y recamados de toreros imperialistas? pues nada
de extraño y es que tanto Federico Pizarro como Jerónimo, son toreros
bendecidos con mucho más de lo que los menos tienen y que es el arte a la
mexicana, ese que lo mismo vale en un poema escrito de José Emilio Pacheco, que
en la danza de Guillermo Arriaga, o en el trazo pictórico de Francisco Toledo,
en la remembranza de una escena de María
Candelaria o en la interpretación de Alejandra Ramos ‘La Morena’.
Y es que así es México
y sus intérpretes, sus artistas, sus creadores y también su mexicanidad, esa
que se expresa lo mismo en la pureza de su blancura volcánica, en el colorido de su papel picado, en la
brillantez de su plata, en el sabor de sus chirimoyas, en el colorido de sus
pitayas, en el oro líquido del añejo tequilero, en la sangre de sus mártires
anónimos, sin olvidar el fuego encendido de los labios candentes de sus
quinceañeras que revientan sus sueños nuevos en el ocre de sus pezones jugosos
y provocativos. Ese es México.
Por ello y por lo
barroco que también tiene sello mexicano como lo deshilado por Federico Pizarro
o lo esculpido en lances capoteros que
Jerónimo regaló a la inmortalidad, es que se ha labrado la historia de una patria
que ayer domingo no sólo en lo taurino si no en todo lo que abarca el culto por
las Bellas Artes fue rociada y en ello revitalizada por dos patrones mayores de
la sinfónica del toreo a la mexicana.
Y es que lo que ayer
Pizarro y Jerónimo, el giro y el colorado aportaron a la cultura nacional, solo
podría ser expresado no al son de un
pasodoble si no del Huapango de
Moncayo. ¡Muchas gracias, magníficos Artistas Tricolores!
Leonardo
Páez:
“Duele que aquellos países
latinoamericanos donde tiene arraigo la fiesta brava muestren todavía confusión
con respecto a tradiciones que siendo de origen español las hemos sabido hacer
nuestras”, me decía alguna ocasión el fino torero mexicano Jerónimo a su
regreso de un frustrante pero aleccionador viaje a Quito.
“Las prohibiciones de
Quito”, agregaba el fino diestro, “surgen a raíz del distanciamiento entre sociedad y fiesta de
toros. En cada país hay presión de grupos subvencionados así como de políticos
seudoprogresistas. La autoridad se lava las manos, al igual que los sectores
taurinos, y los medios de difusión abren sus espacios a la penetración cultural
anglo-sajona mientras reducen espacios a la cultura hispanoamericana y a
nuestras tradiciones, incluidos los toros. De aquí en adelante será el pan de
todos los días”.
“Urge mayor comunicación y unión entre los sectores taurinos del
continente, así como cabildear entre políticos interesados de verdad en
preservar el patrimonio histórico-cultural de América Latina. En Sudamérica la
fiesta de toros ha perdido arraigo por su elitismo y dependencia casi total de
toreros españoles, sin ningún estímulo a la torería local. Otros sectores de la
fiesta, tienen demasiados compromisos con el gobierno de cada país, por lo que
si los toreros no nos movemos, nadie o casi nadie lo hará. Ahora sí los
taurinos tendrán que poner sus barbas a remojar”, concluía convencido y
preocupado Jerónimo.
Ayer, con unos tendidos semivacíos, fueron echados en absurdo paquete dos
de los triunfadores de la temporada menos chica: Federico Pizarro y Jerónimo,
con una mansada de Santa Bárbara y Capeíta
de pilón. ¿Pero qué necesidad?, diría Juanga,
ante oootra torpeza del Cecetla o Centro de Capacitación para Empresarios
Taurinos de Lento Aprendizaje, antes Plaza México.
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