miércoles, 21 de agosto de 2019

BARDO DE LA TAURINA


¿QUE NO LE GUSTA DE LA FIESTA?
 Qué  no la entiendo,  es que mire lector, cuando yo fui por primera vez  a la Fiesta  hace unos sesenta y cinco años, esta se daba dentro de una plaza de toros,  hoy  se realiza dentro de un   teléfono inteligente o de una Tablet, sé  que yo le fallé a la trillada historietilla que cuentan los  románticos  de que  el abuelo los llevó de la mano y les inculcó la afición y amor por lo más bello etc., mi menda viviendo en la  Col. Nápoles y a unos pasos de la Plaza México, con un billete azul de domingo, alcanzaba pa’  bajar al destazadero y truequear por $10.00 unas orejas y colas de toro, a las que sumaba otras que  ya había conseguido previamente,  ya con unos vasos de cartón encerado que había recogido en el tendido y que apestaban a cerveza o a orines, salía destapado por el túnel, hasta llegar y pararme donde se estacionaban los autobuses que acarreaban a los turistas, unos de ojos azules y otros de ojos rasgados, les ofrecía al pie de la puerta del bus, orejas y rabos como suvenir  de los bullfighter con todo y su envase pa’ llevar que eran los vasos cerveceros, y así los $10.00 se convertían en 
$100.00

De ahí a correrle a pescar un camión o un trolebús hasta la calle de Bolívar, dónde se hallaba el legendario “Café Tupinamba” y también el “Salambo” que fue el primer Restaurante-Café decente donde trabajo Agustín Lara, el lugar era tan familiar que ahí se agenció a la que sería su segunda esposa Angelina Bruschetta, la que por cierto era la que le financiaba su entrada a los toros, aunque no la llevaba  y otra de ellos, en el departamento que compartían en la Roma fue donde Lara escribiría su primera pieza dedicada a España concretamente a Sevilla, eso sí, brotada por la afición que sentía por la fiesta brava y ya luego vendrían los pasodobles, y bueno en “El Tupi” a tratar de acomodarse cerquita de la mesa donde se instalaba Don Cristino Lorenzo, con su lazarillo   porque no veía y aun  así transmitía los partidos de fútbol, también por el micrófono salía la voz de Don Agustín González “Escopeta”, en esas andaban cuando como por arte de magia aparecía el periódico dominguero “El Redondel”, ya pa’ eso en una mesa instalado como marajá mi progenitor que se ponía guapo con un “Tupinamba”, panecito largo con rebanada de jamón y queso y al lado una bola de Ensalada Rusa, acompañado de un café lechero.


 Por ahí el “Flaco” Valencia el de pares o nones con las banderillas,  Javier Cerrillo al que luego protuberantemente le creció la barriga, “El Güero” Guadalupe ya con su pelo blanco  y su solvencia de extraordinario varilarguero, Rafael Osorno que antes de entrarle a la subalternada realizó en la Plaza del Toreo de la Condesa una de las más extraordinarias faenas que  seguían comentando ahí cada domingo, se la realizó al novillo “Mañico” que creo  haber escuchado procedió de la ganadería de “Matancillas”, en diversa mesas resaltaban personajes como “El poeta” Morales, ese que decía que lo mejor en esto era el billete grande y el toro chico, eso mientras  pegaba ahí mismo unas Verónicas con más aroma, que la del “Boni” que fue inmortalizado en una de las esquinas de la Plaza México,  la que hace esquina con Augusto Rodin y Maximino Ávila Camacho, escultura que comparte ángulo con la de “Manolete”, arriba de donde ponía su puesto taquero el inmenso José “El Negro” Muñoz, que ya sabe usted con quien estaba hermanado, con el mismísimo Sr. De Mi Luz, también de los populares del café “El conejo chico” que luego le vendería su ganadería a Pepe Chafik, se veía a un señor misterioso y huraño apellidado Ramírez Heredia, que dicen fue el que le corrió a una mano las primeras letras a la obra clásica de “Más Cornadas da el Hambre”, ¿Vaya usted  a saber?

Un personaje atrayente de imantada personalidad lo era sin duda el más majo y chipén de todos los ahí reunidos el Matador Rafael Gil “Rafaelillo” o “Rafael de Portugal”  y hablando de majos, otro que  lo era sin duda el Matador Gregorio García, y así la cosa, cuando ya el sueño me empezaba a doblar, con cargo a la cuenta de mi jefe pedía un par de Tupinambas pa’ llevar, con todo y su ensalada,  sus chiles en vinagre banquete ese que a la salida se lo obsequiaba a algunos  de los maletillas, los auténticos de la legua, que no tenían ni un duro pa’ la jama y menos acceso al “Tupi”, donde desde la banqueta pegaban sus trompitas como peces prisioneros en esfera de  cristal, mi benefactor se quedaba ahí pa’ luego seguirla al frontón o si la corrida había valido la pena pues  a celebrar con las putas, daba igual, en los dos sitios lo despelucaban.

Si había suerte, a gozar los triunfos de; Manuel Capetillo, Humberto Moro “El Calesero”, Alfredo Leal, Antonio Ordoñez, Dámaso Gómez, “El Litri” que más bien pegó un “litrazo”, Fermín Rivera a quien Agustín Lara por el radio le dedicó un pasodoble que escribió para él y que tituló  “Novillero”, así como lo está usted leyendo, Lorenzo Garza que por esas fechas había vuelto a los ruedos, Luis Procuna, “Joselito” Huerta, pero el poemario lo abría cual cola de pavorreal un torero apodado simplemente “El Callao”, que decía más que todos.

 Aquellos tiempos  hoy no caben dentro de un IPhone o de una Tablet, donde las sonrisas fingidas, la hipocresía desbordada, la zalamería melcochera, los amigos que sin haberlos conocido jamás, lo son a través del Facebook donde se mendiga una amistas mediante una solicitud, o en el Twitter que es pasarela  de quienes han aspirado a jugar al periodista  juzgando una faena que se suscita a miles de kilómetros allende los mares.

  No me gusta  tragar una Fiesta light, cuando a mi lo que me gusta es el toro con edad,  con bravura, con trapío, con las cornamentas intactas y los toreros  con valor, con enjundia, con arte, con técnica, con poder, con tremendismo según sea su estilo, pero sobre todo que sean eso, toreros, no me gusta escuchar ‘soy torero por hobby’, no me gustan las inclusiones compradas, que ¡ojo!, son distintas a las pagadas donde al postor le venden hasta una alternativa o confirmación, lamento decirles jovencitos que eso no es ser torero, como tampoco lo es ser copistas, insípidos piezas de troquel o muñequitos de ventrículo que solo los sacan de la espuerta pa’ ser usados, satisfacer caprichos o peor aún pa’ ser ignorados por los mil aficionados que van a las plazas, más si me gusta de la Fiesta, su cultura, su arte, sus letras, su pintura, su música, su poesía, su nostalgia.

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