Arte Francisco Álavarez
Bardo de la Taurina
Que envidiosamente
se han portado en México, el propio torero de Chiva Valencia, Enrique Ponce,
los apoderados, el casi padre, tutor y hombre de confianza sobre todo pa’
escogerle los toros a lidiar Juan Ruiz Palomares y el no menos cercano, suegro
y negociador de los honorarios y alternantes Victoriano Valencia, los ganaderos
nacionales que han vendido lo invendible pa’ que el figurón salga del paso,
vacacione y defraude casi rutinariamente y desde luego los empresarios y
operadores de esto que en México es un negocio llamado: Fiesta Brava.
Mas aquí cabe un
inciso y es que no se puede dejar o más bien no se debe dejar de soslayar que en tierras aztecas, este señorón
a quien por acá se le conoce como ‘Su Majestad’, ‘El Maestro’, ‘El Divo de
Chiva’ o ‘El Chulo que castiga’ lo mismo es
idolatrado públicamente, reconocido, sin ser reconocido por otros y
rechazado por algunos, como resultado de varios aspectos entre ellos que le
achacan y no sin razón que torea animalejos, que es un guapo, que tiene en su
finca de Jaén a una Paloma que es un monumento a la belleza, que sus
detractores ni en el más guajiro de sus sueños, imaginan tener aunque sea en la
fantasía algo así, pa’ una noche de verano.
Y todo esto se
desprende a raíz de las cátedras que dictó el catedrático mayor del conclave
venteño Don Alfonso Enrique Ponce Martínez el torero maduro, asolerado,
poderoso, artista, clásico y poncista número uno sobre el globo terráqueo y las
galaxias solares el que el reciente
jueves 19 del mes mariano no solo se revaloro frente a la afición conocedora,
inquebrantable y totalitaria del Madrid taurino, con el que andaba si no
divorciado, sí un tanto distanciado, como en todos los matrimonios suele
suceder, sobre todo cuando no se complace lo mismo entre las sábanas de seda,
que con las sedas de los avíos.
Y ya que he usado la
palabra seda, debo decir que para la ocasión el personaje volvió a vestir con
el terno de las grandes tardes con el que oficia la liturgia en las ceremonias
de mayor calado, el ropaje del rey está compuesto por entalladísima y finísima seda
teñida en tonalidad rubí sobre la que le han bordado una obra de orfebrería con
floreados y hojas valencianas en hilos de oro y plata que pa’ esa tarde le
quedo que ni pintada, tan es así que en elegancia se dio un quien vive con la
sobriedad del elegante vestir del Rey Emérito Don Juan Carlos al que hay que
decir brindo como lo mandan los cánones de las buenas maneras, renglón éste que
en lo taurómaco parece ser fue escrito por el propio Ponce.
A estas alturas el
mundo se sigue preguntando ¿Pero que hizo este privilegiado? Pues ni más ni
menos que torear, lidiar, mandar, impactar de valor y en pocas palabras
catequizar a la plaza más importante del mundo a cuyo mérito se suma, se
reconoce, se admira el hecho de que todo ello fue realizado ante unos
imponentes bureles, uno de El Puerto de San Lorenzo y otro descomunal de carnes
y arboladas asesinas de Valdefresno, no requirió de que le obsequiaran los
aretes peludos, ni que lo pasearan en volandas, porque lo suyo esa tarde inolvidable ya lo
describieron los versos dorados del inconmensurable Antonio Machado;
Extracto de
Proverbios y cantares (XXIX) / Caminante no hay camino
Caminante,
son tus huellas
el camino
y nada más;
Caminante,
no hay camino,
se hace
camino al andar.
Al andar
se hace el camino,
y al
volver la vista atrás
se ve la
senda que nunca
se ha de
volver a pisar.
Caminante
no hay camino
sino
estelas en la mar.
Y como empezamos con un reclamo que también es
un cuestionamiento Don Enrique ¿Qué México no merece verlo algún día dictar
catedra como muchas veces lo ha hecho? Nada más que requerimos lo haga frente a
Toros, Toros. Lo que hasta ahora, nos ha negado con alguna excepcioncilla de
rigor.
Arte Francisco Álvarez
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