El
Toro en México
Por
Bardo de la Taurina
Las peores cosas o
las situaciones más repudiables suelen presentarse en los momentos menos
indicados e inoportunos y fue así como en tierra azteca, la que taurinamente es
diametralmente opuesta a la Fiesta Brava se dio el caso o más bien se volvió a
reincidir en la más ruin de las bajezas que es el mancillar no nada más al toro de lidia, sino implícitamente
con ello a toda la Fiesta de Toros y Toreros, lo que se dio en la persona de un
individuo (Alejandro Martínez Vertiz), el que esporádicamente se
viste o más bien usurpa el traje de luces y uso el término usurpar, porque no todo aquel
que viste de luces se puede nombrar torero ¡claro que no!, toreros son Ponce,
Juli, Morante, Manzanares y todos aquellos que del toreo hacen una liturgia, en
donde no deberían de caber los anatemas.
La indignación se
dio cuando previa a la magna demostración valenciana, a través de las redes sociales
apareció una fotografía aún tierna tomada en un plaza portátil en donde se
plasma al lidiador alternativado referido ‘enfrentando’ a un burel
presumiblemente tierno al que se le ve la forma artera, denigrante, vergonzosa
y repudiable forma en que le fueron castradas, serruchadas, amputadas, sus
astas, hasta en más de sus mitades hasta haberlas dejado a similitud de las de
las naturales de un becerro o sea del nacimiento o sepa, saliendo en horizontal
y tan solo le dejaron a manera de señalamiento la casi inapreciable curvatura
primaria que da origen a la curvatura.
La lamentable
fotografía llega a lo vomitable, cuando sin esfuerzo se resalta la carita
inofensiva e inocente del torito, en una imagen de total mansedumbre o sumisión,
incomprensiblemente impropia de la naturaleza de un animal bravo, se le ve
claramente la mirada extraviada, perdida en la nada, suplicante de esa piedad
que piden los inocentes, los desamparados, los inofensivos o tal vez los seres
condenados a muerte, sin el derecho de poderse defender, ni siquiera con el
aliento de un suspiro, todo por haber sido rebajada su dignidad.
De entre sus
mandíbulas sin huellas de fuerza alguna, se mira cómo el animalito asoma su otrora vigorosa lengua, convertida
en despojo orgánico de paliducho color blanquizco que le cae sin fuerza como
trapo inerte, en la más dramática señal
de que el cuadrúpedo ya ni jadear podía como un recurso valido de a quien se le
está escapando la vida, tendría derecho de hacerlo y ya ni qué decir de la
sequedad desértica por la que atraviesa su lengua que en condiciones naturales
debería de brillar de trasparencia.
Y sin aliento
alguno, sin un gramo de fuerza, se ve el testuz incólume, su carita indefensa,
inerte, recargada sobre uno de los vigorosos muslos de su victimario, el
gladiador vestido de luces, mirando a la otra musculosa extremidad del hombre
de seda se destaca lo que quedo del pitón violado que asoma apenitas como si
fuese un insipiente tumor fibroso, pero en este caso inofensivo por que no
asusta ni aun niño en un cunero.
Pero la fotografía
aún nos muestra mucho más, nos deja ver la osadía de un torero envalentonado
como el que más, valiente como un huracán, arrollador como el eructar de un
volcán, grandioso en su valor como un héroe de guerra, ese paladín de la
temeridad ante el ‘muerto vivo’ se está jugando su integridad física, está
desafiando, corriendo el riesgo, a merced de que el viento de la tarde, también
moribunda por la dantesca escena, mueva como un hilacho la lengüeta de lo que
queda del burel o aún más el matador está corriendo el peligro inminente de que
una mosca se pose sobre la faz del inocente y provoque el más leve e imperceptible de los movimientos, lo cual sería imposible, por el
estado físico del inminente difunto.
¡Qué valentía de
torero macho!, el que en busca de la gloria y el reconocimiento ha esculpido
una tumba al toreo gallardo, valiente, admirable, ese que estamos tratando de
fomentar entre los niños, ese con el que los taurinos desde nuestras trincheras
defendemos, el que con el alma queremos proteger de los embates políticos, el
toreo o más ampliamente calificado el que nos brindan, algunos innombrables
toreros, ganaderos, empresarios y que lo permiten las autoridades mexicanas,
las que deben de velar por la dignidad de la fiesta.
Por esto y muchas
cosas más y estando en mi derecho de libertad de expresión, de prensa y de
sentimientos, le volteo la cara a estos mercenarios y les recuero que el toreo
sin ética, sin honestidad, sin dignidad, sin valor, sin arte, nunca jamás será
cultura y si degradación, más que de un animal noble, de un hombre carente de
todo respeto.
Y perdón por el estado
moral en el que me encuentro y por el que he destilado estas letras amargas,
pero el que aún y a pesar de mis lágrimas, que quiero pensar son las de muchos
taurinos mexicanos, podemos voltear a Valencia y exclamar entre coraje, hiel y decepción, sí, pero también con
orgullo, un ¡Gracias Valencia! por mostrar al mundo como se defiende la Fiesta
Brava.
¿Hay alguna duda de que el arte y la cultura le pertenecen al pueblo?
Esa que en España ha
vuelto a renacer en la memorable fecha del 13 de marzo del 2016, mientras que
en México, le seguimos cavando una fosa nosotros solos sin ayuda de los anti
taurinos, a quienes no necesitamos para asesinar a la más antigua de nuestras
fiesta y tradiciones, porque aquí los enemigos de la Fiesta Brava, están dentro
de ella misma.
España dio la cara, por su fiesta nacional. ¿Nosotros, cuándo?!
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